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El día que la Ciudad de México se quedó sin agua

Por: Dónde Ir 10 Jul 2017
El día que la Ciudad de México se quedó sin agua

El domingo 19 de noviembre de 1922, la Ciudad de México amaneció sin agua. En la capital había, según el censo realizado el año anterior, […]


El domingo 19 de noviembre de 1922, la Ciudad de México amaneció sin agua. En la capital había, según el censo realizado el año anterior, 615 mil habitantes. En las primeras horas de la mañana, la mayor parte de estos descubrió que era imposible sacar de los grifos una sola gota de agua.

Por su aún no tienes idea, aquí puedes descubrir la importancia del agua.

La higiene no era el mejor hábito de los capitalinos: muchos designaban el domingo a su aseo personal y pasaban el resto de la semana dándose rápidos baños de gato. El sistema de aguas no pudo elegir peor día para fallar. Desde muy temprano, ejércitos completos de sirvientes fueron vistos en la calle con baldes en las manos. Un desastre impensable se había consumado.

La Ciudad, decía un periodista, «había perdido el canto del agua». Con el pelo enmarañado y lagañas en los ojos, la gente se sentó a esperar. Pero iba a resultar muy largo aquel domingo.

Sequía por descuido

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grifo

Desde la instalación del moderno sistema de distribución de agua potable, que comenzó en 1903 durante el gobierno de Porfirio Díaz, y culminado en 1912 bajo la administración de Francisco I. Madero, cada habitante de la capital solía disponer en su domicilio, con el simple hecho de girar un grifo, de un promedio diario de 240 litros de agua.

Cuando cayó la noche, los baños de cines, cantinas, teatros y restaurantes se estaban convirtiendo en zonas de desastre. Al día siguiente se esparció la noticia de que, a causa del descuido de un empleado, los motores eléctricos que ponían en marcha las bombas de agua de la planta de la Condesa —en donde concluía el acueducto proveniente de Xochimilco— se habían mojado.

El director de Aguas Potables anunció que iba a tomar tres días desarmar, secar, reparar y volver a montar la maquinaria. Entregó al público una mala noticia: en ese lapso la ciudad carecería de líquido suficiente para satisfacer sus necesidades. «El agua almacenada —dijo— sólo permitirá abastecer a la población durante dos horas diarias».

La gente agolpó cubetas bajo los grifos para surtirse en el horario señalado, pero el agua no llegó. A tres días del desperfecto, el Ayuntamiento informó que el problema se prolongaría a lo largo de la semana, «hasta el sábado o el domingo siguiente». Comenzaban, en cascada, los males que desataron una crisis que dejó en las calles decenas de muertos y heridos.

Desde la tribuna de los diarios, las plumas más influyentes acusaron al gobierno de engañar a la población. Algunas pedían que el primer mandatario, Álvaro Obregón, disolviera el Ayuntamiento; otras se preguntaban para qué demonios pagaba la gente el impuesto de aguas. De las atarjeas comenzaba a desprenderse un hedor insoportable. Los baños de los hogares eran semejantes a los de las cárceles.

Innumerables vecinos viajaban, desde todos los puntos de la ciudad, a las colonias San Rafael y Santa María, en donde algunas casas con pozos artesianos obsequiaban líquido a los necesitados. Éstos hacían filas inmensas, y después de esperar horas eternas frente a los pozos volvían a sus domicilios acarreando el agua en botes de hojalata.

Agua de las piedras

cantaros de agua

Seis días después del arribo de la emergencia, la ciudad se consumía de angustia, rabia y desesperación. La mayor parte de las actividades se habían derrumbado. Por las calles y las plazas desfilaban «verdaderas caravanas […] buscando ansiosamente el indispensable elemento».

Muchos se arremolinaban en las tomas de agua, intentando abrirlas por la fuerza. Otros se encaminaban hacia canales infestos de donde extraían un liquido turbio que luego vendían a precios increíbles.

Tras una complicada serie de pruebas infructuosas, se admitió que no había forma de poner en marcha el motor de arranque, «la llave de toda la maquinaria que hay en la Condesa». El presidente municipal declaró que la compostura tardaría por lo menos otras 48 horas, y la prensa ardió en santa indignación. «Ya no hay pronóstico en lo que se refiere a la fecha en que habrá servicio de aguas, pues nadie cree nada, ni se tiene confianza en nadie».

El diputado Jorge Prieto Laurens aseguró que la administración municipal había traficado con las piezas de repuesto de la estación de bombeo, vendiéndolas como fierros viejos. El alcalde fue acusado de descuido, negligencia, corrupción.

Encuentra la historia completa en el especial de Algarabía 100 dedicada a la Ciudad de México.

A la Torre Latino no le tocó sufrir esa escasez, ya que acaba de cumplir 60 años:

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