¡Sin cruda mamá! Aquí encontraras cinco platillos exquisitos que te revivirán de cualquier horrenda molestia (en otras palabras, la maldita cruda).
La increíblemente activa vida nocturna de nuestra amada ciudad trae consigo deliciosos cocteles, los cuales nos encaminan a la maldita cruda… Cuerpo cortado, náuseas, dolor de cabeza, deshidratación e irritabilidad. ¿Pero qué tal la fiesta anoche? No sufras más. A continuación, cinco platillos exquisitos que te revivirán de cualquier horrenda molestia.
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Chile, chile y más chile (morita, serrano o guajillo)…
Bañados en salsa verde (extra picante), poca crema, un montón de cebolla y queso, sin jitomate, con tres rebanadas de aguacate y sencillos. Así fue mi experiencia “chilaquil” en Ojo de Agua: un delicioso intento para curarme la maldita cruda que manejaba. No obstante, hubiera preferido ser yo la suertuda remojándose en salsa verde, pero c’est la vie. PD: Sin duda alguna, de estos trozos triangulares de tortilla, la salsa —elaborada con chile morita, serrano o guajillo— es el afamado secreto que te aliviará esa cruda fatídica, y te rescatará del alcance de la calaca.
Foto: Luis Sandoval
Un caldito para levantar el ánimo…
Birriamen: un caldo de birria de res con fideos ramen. No lo entiendo, pero ¿quién soy yo para juzgar? Esta fusión de fideos orientales con nuestra querida birra jalisciense (para algunos) fue la chispeante idea (creo) del reconocido chef Antonio de Livier, del restaurante Ánimo. Ahora, hablando de lo que sí entiendo (y demasiado bien): luego de una noche en vela —acompañada de uno, dos o tres (yo que sé) coctelitos—, un caldito para la resaca es como un cariñoso apapacho de mamá (así de bueno y así de necesario).
Foto: Luis Sandoval
Mira, honestamente, así que digas me fascina un buen caldito de birriamen con pasión, locura y desenfreno, pues, no. Pero mis papás siempre me enseñaron a degustar comida de todo tipo, por lo menos una vez —pese a que no soy fan del ramen ni de la birria— y así fue: veni, vidi… y no vici. Era evidente que no iba a ser lo mío, aunque le exprimí cinco limones (soy fiel creyente de que el limón solo enriquece un platillo) y le agregué unas tres cucharadas de salsa de chile de árbol con ajonjolí (como buena amante del chile). Sin embargo, fue justo el remedio indicado para sanar mis males, y saciar mi brutal antojo de un caldo.
Un caldo con lechuga, cebolla, col, crema, orégano, jugo de limón, rábano, aguacate, queso fresco, chicharrón y chile en polvo, con vegetales o carne al gusto. Si, es el misísimo pozole.
Un coctel siempre es bienvenido…
Con un clamato bien frío (sin cerveza, porque soy alérgica) en mano y un camarón remojado en salsa picosa —trinchado en mi tenedor— en la otra, comencé mi empalagoso y doloroso camino hacia la sobriedad. Entre los crustáceos y el espíritu náutico del coctel, cada mordisco fue un vuelve a la vida. Benditos sean estos cocteles de camarón del Mercado San Pedro de Los Pinos, que sólo te llevan pa’rriba (y nunca pa’bajo).
Foto: Luis Sandoval
Chocolate, miel y azúcar…
No sólo es el platillo consentido para el brunch, también es un alivio azucarado para calmar las dolencias corporales provocadas por la fiesta: los pancakes. Tanto los de matcha (no son mis favoritos) como los de nutella (saliveo de recordarlos), estos deliciosos flat cakes, de Catamundi me saturaron de su dulce sabor con: nibs de cacao, miel de agave y frutos rojos. Y, mejor aún, la sorpresa en forma de un alimento congelado —una bola de helado de vainilla—, presentado por encima de los pancakes, me hizo olvidar (al menos por un momento) mi tremenda resaca de la que moría lentamente.
Foto: Luis Sandoval
Cultura común: un buen taco…
Para aquellos mexicanos escépticos, es momento de entenderlo (por las buenas o por las malas): un buen taco —entre más grasoso, mejor— es una divina bendición pa’ la cruda (hasta me sorprende que no sea considerado la octava maravilla del mundo). Obvio, es irrefutable, porque fui yo quien fue sujeta a la prueba —no fue desgastante, los taquitos son mi mero mole—, y deduje que es nada más y nada menos que verídico.
Foto: Luis Sandoval
Luego de una borrachera, fueron los mismísimos tacos campechanos —cecina, longaniza y chicharrón— de Don Manolito los que me revivieron. Bien hubiera preferido morir en ese lapso, pero sentir cómo el malestar se fue disipando despaciosamente de mi cuerpo, fue un placer eufórico mandado directamente por el Dios Azteca Quetzalcóatl (dios de la vida)… Y bueno, como ya andaba en ésas, me regalé La Maja —una costra de queso rellena al gusto en una tortilla de harina—, con una grotesca cantidad de salsa verde, tan picosa que terminé sudando todas las toxinas de mi cuerpo.
Behind the scenes: (al terminar mis tacos) para conectarla, un clamatito bien preparado, con tequila… Nocierto… (sicierto).
El tradicional chicharrón de queso gouda relleno de pastor, con opción de bistec, costilla, arrachera y pollo (por si no eres fan del puerco): la afamada costra.