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A 35 años de Rockotitlán la CDMX guarda silencio

Por: Dónde Ir 22 Sep 2020
Rockotitlan

Rockotitlán, fue el lugar donde las bandas de rock mexicanas escribieron la historia del género en la década de los 80 y 90.

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Por Arturo J. Flores

No existe como tal la palabra. Pero el lugar al que denomina fue real. El significado de Rockotitlán podría interpretarse como “Lugar del rock”. 

Fue una de los escenarios emblemáticos que, junto a LUCC, Rockstock y la Diabla, ofreció a los músicos un espacio donde hacer ruido y a los que no tocamos ni el timbre, para disfrutar de la fiesta que se armaba.

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Hubo ocasiones en que Rockotitlán abrió de domingo a domingo y que hasta albergó más de un concierto por día.

Hasta yo puedo decir que toqué en Rockotitlán. Dos veces. Junto a la banda en la que cantaba cuando era un estudiante de preparatoria. Porque los filtros de calidad de Rocko –como le decíamos en corto– tampoco eran tan apretados. 

Además, aquella práctica tan leonina y caimán de que los grupos emergentes vendieran boletos para poder subir al escenario permitía que cualquiera que cayera en la trampa pudiera cumplir con su sueño de rockstar.

35 años de Rockotitlán: el lugar del rock

El 14 de septiembre de 1985, Rockotitlán ofreció el primero de los miles de conciertos que tendrían lugar en su interior. Kerigma y Botellita de Jerez fueron los anfitriones de aquella noche. Unos días antes del Gran Terremoto.

El antecedente de Rocko fue un antro conocido como La Rocola, asentado en Coyoacán. El local que después albergaría al “Lugar del Rock” anteriormente fue el Cabaret Casino Royal, en la esquina de Pensilvania e Insurgentes, col. Ciudad de los Deportes

El 14 de junio de 1980 un ex funcionario del gobierno de José López Portillo le prendió fuego, asesinando a 12 personas de las muchas que bailaban en su interior.

¿El motivo? Pensó que le habían cobrado de más.

Los socios originales de Rockotitlán fueron los hermanos Sergio y Fernando Arau. El primero, cantante de Botellita de Jerez y el segundo, actor de teatro y televisión. Quizá lo recuerdes –si conociste Rocko, eres target– por la serie ¡Cachún, cachún, ra, ra!

Ellos rentaron el local donde había tenido lugar el incendio.

Diferencias personales y administrativas derivaron en un pleito que resultaría en que Tony Méndez, el guitarrista de Kerigma, se hiciera con la administración del lugar y de la marca Rockotitlán. Los integrantes de Botellita de Jerez, por su lado, no volvieron a pisar su escenario.

La desaparecida revista La Mosca en la Pared documentó una noche en la que los “botellos” realizaron una manifestación en la Glorieta de Holbein para protestar por los malos manejos de Tony

Argumentaban que no les quería pagar por un concierto previamente acordado y él, a su vez, reviró que no podía cubrir el monto que Armando Vega-Gil y Francisco Barrios “El Mastuerzo” exigían, porque tras la salida de Sergio Arau el arrastre del grupo ya no era el mismo.

Pero Rockotitlán siguió adelante con Tony Méndez al timón. En su hábitat de Insurgentes y posteriormente, en su segundo hogar en Calzada de Miramontes

Ahí tuvo por casa un bodegón inmenso dueño de una acústica terrible en la que las cancelaciones y los cambios de último minuto en los carteles (era usual que la marquesina anunciara a un grupo y el día de la tocada se anunciara a otro), sumado a que el rock ya empezaba a ser desplazado en el gusto de las mayorías, le clavó el último remache al ataúd. 

La cantidad de historias que Rockotitlán albergó a lo largo de su existencia son infinitas. Prácticamente cualquier músico de rock entre los 80 y 90 cuenta una. 

Desde quienes tocaron la noche de un miércoles para tres pelados hasta los que –como Héroes del Silencio, Caifanes o El Tri– armaban filas kilométricas de personas sobre Insurgentes cada vez que se presentaban.

Para muchos de nosotros se trataba de una obligación moral asistir cada quince días o si el bolsillo lo permitía, cada semana. Igual que los creyentes a su templo.

A veces ni siquiera consultabas los calendarios. Dibujados a mano por el mismo artista, Gerardo Montagno, que realizó el emblemático Mural del Rock Mexicano en la pared que daba al baño. 

El Mural en el que aparecían Rita Guerrero (Santa Sabina), Leonardo de Lozanne (Fobia), Lalo Tex (Tex Tex), Saúl Hernández (Caifanes), “El Mastuerzo” y otros tantos protagonistas musicales de la época.

 

Entonces aún flotaba en la ciudad cierto aire de inocencia. Porque a mis 16 me recuerdo entrando a Rockotitlán para pedir una cerveza en la barra sin que nadie me exigiera que acreditara mi mayoría de edad.

 

Participé en slams brutales con Los Lagartos y una vez pensé que moriría sofocado en una atiborrada presentación (que seguramente violaría todos los protocolos de Protección Civil) de Control Machete. Me hice amigo de los Molotov cuando telonearon a Las Víctimas del Doctor Cerebro (vaya vueltas que da la vida) y me comí una quesadilla en el puesto que había en la banqueta, pa’l bajón, con Tavo Limongi, guitarrista y cantante de Resorte

Todo antes de cumplir los 18.

Dicen que se aparecían los fantasmas de los muertos del incendio en el Cabaret. También que bajo su escenario muchos durmieron la borrachera o hicieron el amor. 

Tony Méndez cuenta que Carlos Salinas de Gortari llegó por curiosidad una noche custodiado por el Estado Mayor Presidencial y que Ernesto Zedillo pisó su escenario cuando tocaba en una banda de rock.

El aniversario número 35 de Rockotitlán pasó casi sin que nadie se acordara.

¿Y cómo no, si la Ciudad de México, guarda este silencio obligado, aunque necesario, por el coronavirus?

Hace cinco meses que no hay conciertos. Los bares, foros, hoyos y venues están cerrados.

Imaginar a una multitud apretujada que comparte humores y fluidos mientras la música suena es lo más parecido a un suicidio colectivo.

Rockotitlán es una palabra que no existe. Pero sirve para nombrar un lugar mágico, mítico y emblemático, en el que muchos coincidimos y del que nos acordamos. Del que los más jóvenes sólo han escuchado por lo que les cuentan los ancianos.

Se parece tanto a Aztlán