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Rafael Bernal: mangos de Manila en El Gran Océano

Por: Dónde Ir 30 Abr 2020
rafael bernal, mangos de manila

Los peligros afrontados por la Nao de China fueron plasmados por el autor Rafael Bernal, al abordar el antiguo comercio entre México y Filipinas.

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Los peligros afrontados por la Nao de China fueron plasmados por el autor de El complot mongol, al abordar el antiguo comercio con Filipinas.

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La fama que a la fecha goza Rafael Bernal se debe a la novela El complot mongol, pese a contar con una extensa bibliografía que incluye su opus magnum de escasa difusión entre los lectores: El Gran Océano, monografía del océano Pacífico a la que el escritor y diplomático le dedicara los últimos años de su vida enfrascado en una minuciosa investigación documental, la cual dejaría inédita en la ciudad de Berna donde radicaba al momento de morir.

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Influencias recíprocas

Más de medio millar de páginas plasman otra de sus grandes pasiones —que también generaría un hermoso volumen de semblanzas de marinos y piratas: Gente de mar—, dedicándole un extenso apartado al Galeón de Manila, también conocido como la Nao de China que, entre mediados del siglo 16 y 1815, enlazó Asia con México con las inevitables influencias culturales y culinarias, apreciadas a la fecha en la pirotecnia, peleas de gallos, cerámica de talavera, papel de china y cualquier puesto de mercado donde vendan mangos de manila.

Las influencias corrieron en ambos sentidos del Pacífico, señala Bernal (1915-1972): tabaco, cacao y caña de azúcar llegaron a las asiáticas latitudes procedentes de América, sin faltar el maíz, aunque no alcanzara la popularidad que goza entre los mexicanos al no gustarle su sabor a los habitantes de origen malayo, a quienes tampoco nadie se tomó la molestia de enseñarles el proceso de nixtamalización para prepararlo como tortillas.

Los peligros del océano Pacífico

Los vientos alisios brindaban una apacible travesía de dos meses de Acapulco a la isla de Guam, donde las embarcaciones repostaban provisiones para los 20 o 30 días restantes, al grado de llegar a conocerse como La Ruta de las Damas, mientras que el regreso solía convertirse en una infernal epopeya prolongada hasta diez meses. Tripulación y pasajeros solían terminar diezmados por el escorbuto y otras enfermedades, arrojándose sus cuerpos al mar: “El galeón San José, el primero de ese nombre, tardó más de un año en hacer el viaje, y como ya había sido avistado en San Blas y no llegaba a Acapulco, salió un aviso a buscarlo. Se lo encontró en las costas de Oaxaca, navegando serenamente, con toda la tripulación muerta de hambre y de sed entre los fardos de sedas y de porcelanas”.

Agua fresca, frutas y animales vivos eran embarcados en la escala realizada en el estrecho de San Bernardino, a la altura de la isla de Luzón, último punto donde se tocaba tierra antes de Acapulco. Limitadas cantidades de agua, bizcocho y leña eran proporcionadas por Su Majestad a los pasajeros, quienes tenían que completarlas con sus propias provisiones (los más pudientes llevaban chocolate resguardado en enormes tibores chinos de porcelana). “Al poco tiempo de estar en el mar, el bizcocho era más gusano que bizcocho, al grado que se decía que los viernes no se podía saber si al comer el bizcocho se guardaba el precepto de la vigilia. La carne de cerdo salada que llevaban los pasajeros y algunos oficiales se convertía también en una masa de gusanos casi incomible y el agua se volvía verdosa.”

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